viernes, 27 de julio de 2012


EL DIALOGO CON LOS JÓVENES EN LA FAMILIA

Para comprender la verdadera dimensión de la palabra diálogo, nos remitimos al Papa Juan Pablo II, que se refiere así a este concepto: “Jesucristo es el Hijo Eterno Verdadero”. Por eso existe una comunicación plena y permanente entre las Tres Divinas Personas. El Papa Juan Pablo II nos ha dicho que Dios no es una soledad, sino una FAMILIA DIALOGANTE DE AMOR Y DE VIDA. En Jesucristo, por ser DIOS y HOMBRE, y representante de la humanidad, se desarrolla constantemente un diálogo, una comunicación, una conversación de Dios con la persona humana y de la persona con Dios.

Como podemos ver, Dios no solo es diálogo perfecto en sí mismo, sino que ha elegido el diálogo para comunicarse con nosotros, sus hijos. En esta conversación tan especial podemos distinguir entre otras, las siguientes características:
1. Es un diálogo permanente, abierto y sincero a través de la historia de la humanidad.
2. Es un diálogo de amor y de perdón, el cual tiene un propósito fundamental: que sus hijos seamos felices y tengamos vida plena como seres humanos y divinos que somos; que vivamos en El eternamente.
3. Es un diálogo que nos llama a una escucha atenta, mediante la oración y reflexión de su Palabra, lo que incluye además, la obediencia a exigencias fundamentales de toda moralidad humana (cumplir los Mandamientos y seguir a Cristo como modelo de vida); que se da en un ámbito de respeto a la libertad y dignidad del hombre, quien en definitiva decide el camino a seguir.

Nos corresponde por lo tanto a los padres de familia dar el primer paso. Abramos las puertas de nuestros corazones y de nuestras familias al amor de Dios. Abrámonos sin temor a ese diálogo incesante y amoroso que nuestro Padre nos enseña. Reedifiquemos nuestras familias utilizando la poderosa herramienta del diálogo, que es un camino rico y valioso que exige de nuestra parte un esfuerzo serio para salir de nosotros mismos y recibir al otro incondicionalmente; requiere superar obstáculos como la desconfianza, el miedo, la vergüenza, los resentimientos y la indiscreción; exige humildad para comunicarse en un plano horizontal de igualdad y para saber perdonar con la facilidad que Dios perdona; requiere fe en nosotros mismos y en el otro; confianza que se da y se merece; amor gratuito y sacrificado. Aprovechemos el enorme potencial de nuestros jóvenes; su sensibilidad hacia la vocación de amistad, su generosidad de entrega, su búsqueda permanente del sentido de la vida, para que se abran a valores más profundos, al descubrimiento de su propia vocación y a la Verdad de Cristo.


                                          

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