jueves, 26 de julio de 2012

Responsabilidad de los jóvenes en la familia

“Como yo los he amado, así ámense también ustedes los unos a los otros” (Jn 13,34)
La vida del joven esta íntimamente ligada a la familia y el amor que de ella procede, es este amor el motor que mueve a la santidad y que es signo expresivo del camino de santidad en la vida cristiana. En este punto particular donde el amor, “ágape”, caridad, es comunión, como lo explica con detenimiento la encíclica “Deus Caritas est” del Papa Benedicto XVI. Hoy más que nunca es necesario precisar qué es el amor. “Amor” es una palabra que se usa muy frecuente pero que reviste una pluralidad de sentidos que pueden desviarnos de la grandeza contenida en ella. En la Caridad se halla la clave de la vida cristiana, en ella encontramos también el camino para realizarnos en la vida, es la senda que se ha de transitar para alcanzar la santidad y todo esto porque en ella nos adentramos en el ser mismo de Dios: “Dios es amor” y nos hace partícipes de su amor.
En una sociedad como la de hoy, marcada por la cultura de la indiferencia, del individualismo, el relativismo de valores, resuena particularmente el mensaje que el Papa les dirigió a los jóvenes en la XXII Jornada de la juventud. Partiendo del lema que el Santo Padre propone, que es todo un programa de vida: “Como yo los he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34). El Papa propone al joven en su familia, realizar un itinerario en tres momentos:
1. Contemplar a Dios como fuente del amor;
2. Contemplar el misterio de la cruz como revelación plena del amor de Dios y;
3. Dejar que ese amor de Dios eche raíces profundas en nuestra vida y se concrete en el amor al prójimo.

En la familia de hoy, el joven debe ser testigo del amor de Cristo considerando tres ámbitos de la vida cotidiana en los que son llamados a manifestar el Amor:
1. Revitalizar sus comunidades familiares haciendo efectiva y viva su participación en la Iglesia con un espíritu fuertemente comprometido;
2. Asumiendo seriamente el compromiso del discernimiento vocacional, no escatimar nada y poner sus mejores energías al servicio de la preparación para el futuro, familias testigo;
3. Finalmente, la vida cotidiana de cada uno con sus múltiples relaciones: la familia, el estudio, el trabajo, el tiempo libre, etc., han de ser el gran campo en el que han de cultivar el amor de Dios.
La Familia es el lugar de la comunión plena y total del amor trinitario, que impregna al joven de esperanza, es la realidad profunda del verdadero amor, es el valor supremo de nuestra sociedad y aquello que más debemos proteger.







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